Seguro que a más de uno se le escapa una risilla sólo con ver este titular. Me encanta viajar con mis hijos y descubrir el mundo con ellos, pero he de admitir que no siempre es fácil, a veces la cosa se tuerce, se levantan con el pie izquierdo o simplemente cogen una rabieta que nos hacen querer desaparecer del mapa. ¿Os ha pasado?
Nosotros recordamos una rabieta en especial. Ahora que ha pasado el tiempo nos reímos, pero en el momento no sabíamos ni dónde meternos y si algún día volvemos a la ciudad de Cagliari, en Cerdeña, no creo que tengamos valor para entrar en aquella cafetería tan mona que sufrió los gritos y la ira de una niña de 2 años en pleno berrinche.
La tarde comenzó mal cuando Indira se levantó de la siesta con el ceño fruncido. Cogimos el coche y nos dirigimos a la capital de Cerdeña de visita. La niña llevaba unos días de vacaciones que a la mínima nos la montaba. Gran parte de los cabreos venían por el tema de la comida, nosotros queríamos aprovechar que en vacaciones pasamos más tiempo juntos para intentar que comiese más sólido y menos purés en lugar de tener que hacer este cambio en el cole: ERROR! Ella siempre ha comido un poquito mal, e intentar este cambio en medio de un entorno diferente, con tantas cosas nuevas no era lo más propicio. No conseguimos evolucionar nada en el tema de la comida y sólo nos traía frustración tanto a los papás como a la nena, así que en cuanto nos dimos cuenta lo dimos por perdido.
Al llegar a Cagliari la pequeña se enfurruñó en que no se calzaba, no quisimos darle más importancia, la sentamos en la sillita de paseo descalza y comenzamos la visita a una preciosa ciudad. A la hora de su merienda entramos a una cafetería con una salita llena de libros que parecía una biblioteca. Menos mal que éramos los únicos comensales en la salita porque creo que los gritos y lloros de la niña se oían desde la calle y todo porque no se quería tomar su puré de frutas. Ahora ya, con mucha más experiencia en estas situaciones no insistimos tanto, pero aquel día, ya no recuerdo si porque no había comido nada en el almuerzo o porque yo lo digo, insistimos un poco más: ERROR!
Finalmente para conseguir calmar la situación y acabar la tarde tranquila calmamos a Indira con una bolsa de gusanitos, sabíamos que habíamos perdido la batalla y estábamos a su merced en esa ocasión y para muchas sucesivas, pero ¡qué demonios, estábamos de vacaciones y queríamos tener la fiesta en paz! ¡Al cabo de un rato hasta accedió a calzarse a cambio de un helado italiano! Y aunque con la paciencia al límite, acabamos disfrutando de aquella tarde de verano y de la visita por el castillo y el casco histórico de Cagliari.
Nuestra conclusión es que los niños pueden coger una rabieta tanto estando de viaje como estando en casa, pero si estás fuera te agobias más porque te estropea una tarde de vacaciones, además de que te monte un escándalo en público y la vergüenza que eso a veces conlleva.
No soy la más idónea para dar consejos de cómo tratar las rabietas en los viajes, pero nosotros con el fin de que podamos disfrutar más en esos momentos que pasamos juntos, nosotros estamos más dispuestos a ceder estando fuera y dejamos para cuando estamos en casa el tratar de rectificar ese tipo de conducta. En la medida de lo posible, intentamos empatizar con los peques, ver de dónde viene el enfado, hablarlo con ellos o cambiarles el chip con otra cosa para que se les olvide que estaban enfadados. Pero a veces lo más rápido y lo que puede salvar de alguna crisis pasajera en las vacaciones es una chuche, un cuento, dejarles ver los dibujos, llevarles un ratito al parque…
¿Y vosotros cómo gestionáis las rabietas en los viajes?
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Yo también soy más flexible en los viajes. Los adultos solemos hacerlo con nosotros mismos también: comemos más de cualquier manero, cosas distintas y a horas distintas, los horarios de sueño se trastocan… Y tras algunas rabietas que hemos sufrido, debemos armarnos de paciencia y ser más flexibles con ellos también. Al final solo son unos días en los que disfrutar en familia y en cuanto volvamos a casa todo vuelve a su rutina.
Anecdota, aunque no propiamente de rabieta, para solidarizarnos un poco: una vez tardamos 7 horas y media en llegar de Alicante a Madrid porque Carla no quería estar en el coche. Tenía meses y se pasó llorando toooooodo el camino. Tuvimos que ir parando en todas y cada una de las gasolineras del camino
Un besote!!!
Hola María José, menudo viaje más largo el de Alicante a Madrid, no me lo quiero ni imaginar. Seguro que a la vez siguiente de coger el coche para hacer otro viaje así estaríais temblando… Jejeje! Gracias por contarnos esta anécdota, un abrazo!
Yo creo que todos hemos pasado por ello. Es cierto que mis hijas no han sido mucho de rabietas, quizá por eso recuerdo perfectamente una en un supermercado. No sabía donde esconderme.
Cuando eran más pequeñas recurría a «cambiar de tema». Y por arte de magia desaparecía el enfado. Bueno, no siempre funcionaba. Ahora se hacen grandes y cada vez es más complicado. Pero siempre, después de la tempestad llega la calma…
En definitiva, que hay que armarse de muuuucha paciencia…
Un abrazo Ester
Toda la razón, muucha paciencia! Lo mejor es cuando a ellos en 2 minutos se les pasa por completo y tu sigues con un calentón… Un abrazo Loli!